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3 de septiembre de 2025, 01:59
El pueblo lamenta haber confiado en Wilson Gutiérrez Montaña
El pueblo lamenta haber confiado en Wilson Gutiérrez Montaña
El Espinal, tierra de historia, costumbres y tradiciones centenarias, atraviesa uno de sus momentos más oscuros. Lo que antes era símbolo de orgullo y esencia cultural, hoy corre el riesgo de desaparecer bajo decisiones que priorizan el cemento sobre las raíces.
El golpe más duro llega con la transformación de la Plaza de Toros Gilberto Charry Montealegre, en el tradicional barrio Caballero y Góngora. Los palcos de guadua, levantados por generaciones con esfuerzo y creatividad popular, serán reemplazados por una estructura rígida y millonaria. Para algunos, esto se presenta como “progreso”, pero para la mayoría significa una herida abierta en la memoria colectiva de los espinalunos. La comunidad se pregunta: ¿qué pasará con el ciudadano común, aquel que encontraba en las fiestas la oportunidad de integrarse, de vender sus productos, de fortalecer su economía familiar y de celebrar con orgullo lo suyo? El temor es claro: que en nombre del desarrollo se condene al olvido un legado que dio identidad al pueblo durante más de un siglo. El inconformismo crece y se siente en las calles. La gente asegura que se equivocó al depositar su confianza en quienes prometieron defender las tradiciones y hoy parecen estar dándoles la espalda. En lugar de impulsar lo propio, se impulsa lo ajeno; en vez de proteger lo auténtico, se reemplaza con obras que distancian al pueblo de su esencia. Las fiestas que alguna vez fueron un espacio incluyente, donde todos podían participar, corren el riesgo de convertirse en un espectáculo distante y elitista. La pérdida de los palcos de guadua no es solo un cambio estructural: es la desaparición de un símbolo de unidad, ingenio y pertenencia. Lo que se construye, más que una plaza, es un muro de separación entre la tradición y las nuevas generaciones. El arrepentimiento se respira en cada rincón del Espinal. Muchos expresan su tristeza por haber creído en promesas que hoy resultan vacías. Lo que queda es un profundo desencanto con decisiones que, en lugar de proteger la cultura, la entierran bajo toneladas de concreto. El debate sigue abierto: ¿será que en este escenario se dará sepultura a las costumbres que forjaron el espíritu espinaluno? Lo cierto es que un pueblo que se enorgullecía de sus raíces, hoy llora la pérdida de su identidad a manos de quienes nunca entendieron que la verdadera grandeza no se mide en cemento ni en cifras millonarias, sino en la fuerza viva de las tradiciones.
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